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"Medialunas Tradicionales". Una historia digna de saber.

A pesar de tanto glamour francés, el origen de esta factura que se aporteñó como tantos inmigrantes, no tuvo su principio en el país de Napoleón Bonaparte


 


#QuédateEnCasa#AprendiendoACocinar#RecetasDelMundo con Sergio Merlín, que nos envía desde San Carlos, Mendoza, (Argentina), esta clásica receta, de la pastelería del mundo. Sergio considera que no solo es una simple receta, sino también un juego que podemos realizar toda la familia, como bien lo explica en el video, al final de este artículo.¿Sabes cómo se originó esta famosa receta?


Léela atentamente, antes de elaborarla, porque te va a sorprender !!


En la Ciudad de Buenos Aires, el rito casi no tiene límites ni conoce de clases sociales. Puede desarrollarse en uno de esos “templos” con grandes ventanales que abundan en barrios alejados del Centro, en el patio de comidas de un shopping o en el lujoso marco de un hotel cinco estrellas. Lo concreto es que, ya sea acompañando un humeante tazón de café con leche, un buen capuccino o un modesto cafecito, las medialunas son un emblema gastronómico tan porteño como una porción de muzzarella con fainá.


La definición puede variar según su consistencia. Así, serán crocantes y casi hojaldradas, si se trata de medialunas “de grasa” o “de panadería”. En cambio, se verán más gorditas y esponjosas si son “de manteca” o “de confitería”. De todas maneras, cualquiera sea su consistencia habrá algo que será invariable: su forma de medialuna, en un claro “cuarto creciente”. El nombre deriva del francés “croissant” que no es otra cosa que “creciente” porque se supone que fueron los franceses quienes las popularizaron en el mundo. En Francia no existe “petit dejéuner” (pequeño desayuno) si no es acompañado por un “croasán”, como se suele nombrar en algunos lugares a las medialunas, en un extraño castellano.


A pesar de tanto glamour francés, el origen de esta factura que se aporteñó como tantos inmigrantes, no tuvo su principio en el país de Napoleón Bonaparte. Su historia dice que llegó desde Austria y que su formato tiene relación con una batalla que sirvió para ponerle punto final a un bloqueo militar que afectaba a la ciudad de Viena. La leyenda habla de la batalla de Kahlenberg (ocurrió en septiembre de 1683, por lo que acaban de cumplirse 330 años) y marcó la derrota de las tropas del gran visir Merzifonlu “Kará” Mustafá, uno de los líderes del entonces Imperio Otomano, que aspiraba conquistar el centro de Europa.


Era la segunda vez que los turcos sitiaban Viena. Y dicen que en esa ocasión, para sobrepasar las defensas de un ejército integrado por austríacos y polacos, una madrugada empezaron a cavar un túnel para así sorprender a la gente que lideraban el emperador Leopoldo I (archiduque de Viena) y Juan III Sobieski, entonces rey de la Mancomunidad Polaca-Lituana. Pero olvidaron que los panaderos trabajaban en ese horario. Y ellos fueron quienes dieron el alerta que llevó a la derrota de los turcos.



n reconocimiento a lo hecho por los panaderos, el emperador les permitió que, entre otros honores, pudieran llevar espadas en el cinto, algo que estaba reservado sólo para militares y autoridades. Entonces, los panaderos decidieron crear dos panes: uno que se identificó como “Leopoldo”; el otro, bajo la denominación de “Halbmond”, que en alemán significa “media luna”. Era una forma de burlarse del emblema que los otomanos llevaban en sus estandartes. En una interpretación bien “del rioba”, se podría considerar que aquellos habían sido “pan comido”.


La otra cara de la alegría de los vieneses fue el final que le esperaba a “Kará” Mustafá. No sólo perdió el mando de aquel ejército sino también su vida. En diciembre de 1683 y en Belgrado (el lugar al que se había retirado con sus tropas) fue ejecutado. Lo ahorcaron con una cuerda de seda, como correspondía a su rango de gran visir. Su cabeza, llevada en una bolsa de terciopelo, le fue entregada al sultán Mehmed IV. Cuentan que antes de ser ahorcado, Mustafá le dijo a sus verdugos: “Asegúrense que el nudo esté bien atado”.


Claro que en las facturas que acompañan nuestros desayunos o los mates de la tardecita no todo es medialunas. También existen los vigilantes, los sacramentos, los cañoncitos y hasta las bolas de fraile, esas que delicadamente suelen definirse como berlinesas. Esos nombres también llevan un toque sarcástico: se afirma que fueron bautizadas así por panaderos anarquistas que andaban por Buenos Aires a finales del siglo XIX. Y que, de esa forma, se burlaban de la Policía, el Ejército y la Iglesia. Pero esa es otra historia.



RECETA


INGREDIENTES:


Para el amasijo


- 500 g de harina


- 50 g de azúcar


- 30 g de levadura


- 10 g de sal


- 250 cc de leche


- 15 g de miel


- vainilla c/n


Para el empaste


- 200 g de manteca


- 25 g de harina


Para el almíbar


- 300 g de azúcar


- 300 cc de agua


- cáscara de limón


En una olla verter el agua, azúcar y cascara de limón. Llevar al fuego y dejarlo hasta que se disuelvan bien los cristales de azúcar.


PREPARACIÓN


Con todos los ingredientes hacer una masa homogénea y elástica. Dejar descansar, mientras tanto realizar el empaste. Estirar en forma rectangular. Colocar en el medio el empaste. Cerrar y dar 3 vueltas simples. 3 horas de frío entre vuelta y vuelta.


Estirar la masa a ½ cm de espesor. Cortar fajas y de éstas, triángulos. Dar frío durante 20 minutos. Enrollar y volcar en las placas para horno, enmantecadas.


Dar 2 horas de frío, sacar y dejar que leve el doble. Pintar con yema y leche.


Cocinar a 200º C. Cuando salen, pintar con almíbar.

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